lunes, 4 de octubre de 2010

Nacer, empezar a crecer y conocer a Pelusilla.

Nací un martes 9 de abril a las dos de la madrugada. Mi nombre, Rocío, mi sonrisa, Pelusilla.
¿Sonrisa? Os preguntareis. Sí, Pelusilla era quien provocaba eso tan anhelado por el ser humano cuando se convierte, primero, en adolescente y peor, después, en adulto.

Pesé 2 quilos 400 gramos, tenía el pelo negro y rizado y según la primera mirada que mi madre recibió de mi, tenía los ojos como dos aceitunillas negras. De hecho, aún hoy, cuando está cariñosa me llama: mis aceitunillas negras.

Hay una anécdota que siempre me explican y me invade una especie de magia que no puedo controlar. Cuando no había llegado aún a mi primer añito y parecía un pato mareado caminando, mi madre me sentó en un andador y lo primero que hice fue acercarme a un geranio de color rosa, que mis padres tenían en el patio. Me quedé mirándolo durante un largo rato, hasta que me atreví a acariciarlo. Estoy segura de que Pelusilla fue la culpable de que me atreviera a tocarlo. Pero eso no fue lo único que hice, esos pétalos me encandilaron, me atrajeron de una forma adictiva y entonces fue cuando arranqué un pétalo lo miré y me lo comí. Después arranqué otro y me lo comí, y así hasta dejar el geranio sin color. Mi madre no se dio cuenta hasta que no vio toda mi boca de color rosa. Entonces la llevé hacia la planta y empecé a reír descontroladamente.

Posiblemente ese momento es el primero donde puedo localizar a Pelusilla. Seguro que antes ya había hecho de las suyas, pero, este es el primero donde puedo reconocerla.

Os vais haciendo a la idea de lo traviesa que era Pelusilla?